“Uno no debería morir sin haber agradecido a quienes lo han enaltecido en la vida. Me refiero a esas personas que, en un momento de necesidad o duda, nos ayudaron a tomar lo que hoy –en perspectiva– se siente como el sendero correcto.”
Tuve ese pensamiento hace muchos años durante un almuerzo y de inmediato me propuse armar la lista de quienes me brindaron –a veces sin saberlo– “algo” que resultó determinante en mi vida. Dediqué aquella misma tarde a listar sus nombres y apellidos para, antes del anochecer, enviarles copia de la lista en la que figuraban, junto a un mensaje de agradecimiento que destacaba cuán trascendentes habían sido para mí.
Fue una experiencia de enorme gratificación pero… vaya a saber qué motivo me impidió esa tarde incluirlas a ellas. “¡Después de todo para eso está una pareja… para ayudarte a crecer! No hay nada que agradecer…”, recuerdo haber pensado y con algún otro argumento que no logro hilvanar ahora, decidí suprimir sus nombres.
No es de extrañar, siendo quien soy, que en innumerables oportunidades a lo largo de estos años me haya dispuesto decididamente a modificar aquel criterio de exclusión y rearmar la lista para luego, rápidamente, arrepentirme. “Después de todo –volví a decirme– es una lista de personas con las que me siento no solo agradecido, sino también en deuda. Y si de algo estoy seguro es que a ellas no les debo nada”.
Ha pasado largo rato desde aquel tiempo y, sabiéndome hoy en mis últimos días, siento una especie de remordimiento por haber hecho una lista de agradecimientos que, aunque quiera negarlo, sigo viendo incompleta. “Si lo vas a hacer, deberías hacerlo bien”, me dice en silencio esa vieja voz que aún disfruta boicoteándome.
Esta mañana desperté dolorido una vez más, y estúpidamente pensando en la maldita lista y las mujeres que le faltan. Bastante molesto con el asunto he resuelto darle un cierre y, con la férrea convicción de no incorporarlas, les haré el favor de escribir aquí –sobre ellas– unas pocas palabras, mas no para ellas. Y de ninguna manera, ni remotamente, se me ocurre hacerles conocer estas líneas como sí hice con las personas de la lista. Ya es suficiente con esto y no esperen más de mí pues, en definitiva, no soy tan bueno como se dice.
Tratándose de mujeres –es sabido por todos la sensibilidad femenina en cuestiones como la que voy a tratar– y especialmente considerando que no son cualesquiera mujeres sino unas que ocuparon el mismo lugar, a fin de evitar un conflicto mayor al que se podría generar por estar más arriba o más abajo en una lista, haré las menciones con el simple orden cronológico de aparición que tuvieron en mi vida.
Comenzaré por quien fuera mi primera esposa y es hoy la difunta madre de mi primer hijo. Ella me hizo responsable. El detalle es que lo hizo cuando yo lo último que deseaba era ser responsable. Pero aunque ocurrió más pronto de lo esperado, logró transformar a aquel joven rebelde en un hombre con los pies en la tierra. Es curioso que me haya reclamado actuar irresponsablemente al momento de nuestra separación cuando todo lo que tengo por agradecerle es que haya hecho de mí alguien serio y confiable, en definitiva, responsable. Lo cierto es que no sería quien soy si no fuera por ella.
La siguiente mujer llegó a mi vida tan inesperada como sorpresivamente y se quedó para un noviazgo que siempre sentiré más largo de lo que fue. Aquella joven, a fuerza de una prolongada secuencia de maltrato-cariño-maltrato-cariño construyó en mí una enorme confianza. Una confianza que estaba escondida vaya a saber en qué recóndito rincón de mi interior y que supo sacar al mundo con su magistral pincelada femenina. Si de algo estoy seguro es que no sería quien soy sin esta confianza que aún hoy me acompaña.
La que sigue fue mi segunda esposa que, como por arte de magia, entró en mi vida cuando quiso y varios años después, también salió cuando quiso. Me dejó dos hijos de ensueño, un puñal clavado en la espalda y una cantidad importante de vanidoso orgullo que aún hoy –en los pasos finales de mi vida– lucho por quitarme. Pero quién se atreve a decir que yo sería quien soy sin ese puñal y, mal que me pese, que habría llegado donde llegué sin ese orgullo banal…
La parte más linda y milagrosa vino después de esta triada con mi mujer actual, tercera esposa y madre de mi cuarta descendencia. A veces pienso que me la acercó el ángel de la guarda que se quedó dormido la noche de aquel puñal… Con mucho amor se puso al hombro a aquel herido de muerte y también a puro amor lo sanó. En todos estos años que llevamos juntos le debo principalmente que me haya hecho mejor persona contagiándome su humanidad. Hoy soy quien soy, más que por nadie, gracias a ella
El final de la última a se arrastra hasta el final de la hoja. Está escrita en elegante cursiva y con su pluma favorita, que yo misma acabo de quitarle de la mano luego de secarme las lágrimas. Conociéndolo como lo conocí, sé que no le hubiera gustado dedicar el último amanecer de su vida a ellas pero lo que se ata en la tierra se desata en la tierra y parece que éste era el último nudo que le quedaba por desanudar. La comisura de sus labios levemente inclinada hacia arriba dibuja un gesto de felicidad en su rostro. Vivió una vida intensa, como a él le gustaba, que terminó en paz, como él buscaba.
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