SILENCIO

por Gastón Insua

Gastón Insua

Si no escribo lo que siento, me voy a morir por dentro.

SILENCIO

Casandra volvió a mirar la borra del café. Hizo un segundo de silencio. Fue un segundo que duró más que eso. Se dio una nueva oportunidad para pensar cómo decírselo, mientras se preguntaba si sería esta su última vez…


El futuro siempre le había fascinado. Estaba convencida de que conocerlo y darlo a conocer ayudaba a las personas. Además, anticiparlo la hacía verse a sí misma como una viajera en el tiempo. Sin embargo el trabajo empezaba a costarle más de lo que había imaginado hace algunos años, cuando comenzaba a dar sus primeros pasos.


Killian estaba ahí por casualidad. Fueron sus amigos, y socios recientes, quienes lo habían invitado. El lugar era elegante sin ser ostentoso. Los manteles delicadamente blancos daban sensación de distinción pero la vajilla y los cubiertos eran bastante ordinarios. Especialmente las copas. Killian disfrutaba del buen vino y le dolía en las entrañas tomarlo en copas que no estuvieran a la altura. Sin embargo, todo esto era secundario. La forma en que se desenvolviera la charla era lo único importante. Los tres amigos querían disimular el nerviosismo y el restaurante árabe de comida extravagante les parecía, sin decirlo, el elemento ideal para cumplir con este cometido. Desde que llegaron, tanto la ambientación como las explicaciones del mozo sobre las opciones del menú los mantenían exactamente donde querían estar, lejos del tema central.


“Si desean, hoy contamos con la presencia de Casandra”, dijo el mozo cuando terminó de tomarles el pedido. Casandra era una joven que parecía estar en el final de sus veinte. De tez pálida, cabello oscuro y mirada cálida pero penetrante. Esa noche había elegido la mesa junto a la ventana. Se la notaba tranquila, como despreocupada. Los tres amigos la miraron al mismo tiempo, dos de ellos tuvieron que girar su cabeza para hacerlo. Ella les devolvió la mirada con una tenue sonrisa. “Muchas gracias”, respondieron al mozo sabiendo internamente que Casandra sería otro buen motivo para demorar aún más la incómoda conversación que los esperaba.


El último en sentarse frente a ella fue Killian. “Cosa de brujas”, dijo, mientras aquella mujer miraba hipnotizada el fondo de su tasa.

Casandra levantó la vista todavía bajo trance, y dejó en evidencia que sus ojos sabían más de lo que su boca podía decir. Cierta contrariedad se apoderó de su rostro cuando entendió que no estaba autorizada a develar con detalles el alcance y la nitidez de sus visiones. Fue apenas un instante y no era nuevo. Verse restringida a brindar vagas pistas o borrosos indicios era lo que tanto le estaba costando últimamente. Pero esta vez la ingenuidad del desconocido la estremecía al punto de hacerla temblar. Entonces se sintió sin opciones. Inmediatamente inclinó la cabeza, susurró una breve oración que sonó a despedida y comenzó a hablar. Un resplandor impalpable la iluminó durante la charla.


Cuando Killian volvió a la mesa de sus socios, todo había cambiado.

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